Uno no es de donde ha nacido. Uno es de aquel lugar al que le unen amigos y familiares; de aquel espacio donde ha compartido emociones, afectos, sentimientos, vivencias y experiencias; de aquellas calles y plazas en las que fue feliz; de aquel sitio del que te cuesta irte y al que siempre se quiere volver; de ese lugar que, entre todos los lugares, es único. A pesar de no haber nacido en Medina de Rioseco, Rafael Valero era riosecano. El sábado Rafa nos dejó a los 68 años de edad.
Para Rafa, como para Félix Antonio González, para venir a Rioseco “solo tenía que quitarle el freno de mano al corazón”. Era uno de esos riosecanos de adopción que sienten y aman todo lo que rezuma Rioseco. Por eso, siempre que podía se acercaba a estar en las calles de Rioseco, quizás de una manera especial a la Semana Santa, en la que cada año, junto a sus hijos, vestía con gran ilusión y devoción la túnica de La Piedad, de su querida Piedad.
Todos los que viven un espacio se quedan con algo de ese lugar. Pero también, de alguna manera, esos espacios se apropian para siempre de algo de cada una de las personas que los ha vivido. Por eso, su esposa, Angelines, y sus hijos, Blanca, Rafa, Mónica y Alberto, tienen que saber que su marido y padre no se ha ido, que a cada paso, en la calle Mayor, en la iglesia de Santa María o en una procesión del Viernes Santo, se encontrarán con la eterna sonrisa de Rafa, con sus palabras de alegría, con su constante intención por acercarse, con cada uno de los momentos vividos junto a él.
Sirvan estas palabras como sincero homenaje a todas esas personas que, no naciendo en Rioseco, acabaron, por distintas razones, siendo riosecanos de pura cepa. Aquellos hombres y mujeres que sienten Rioseco como algo suyo y que no sabrían vivir sin ese espacio de calles y plazas en los que encontraron la felicidad, como tantas veces la halló Rafa.
A su esposa, a sus hijos, a sus nietos y al resto de familiares, amigos y hermanos de La Piedad, nuestras más sinceras condolencias. Descanse en paz.