Dos riosecanos en el galeón Atocha


Teresa Casquete Rodríguez. Historiadora del Arte

El cazatesoros norteamericano Mel Fisher con parte de las joyas del Atocha

El Mar Caribe está repleto de historias sobre galeones españoles hundidos junto a sus fabulosos tesoros. En 1985, el norteamericano Mel Fisher dio con uno de ellos, pero no con un barco cualquiera sino con el legendario Nuestra Señora de Atocha. Este galeón era la nao almiranta de la flota de Indias del momento y había partido de La Habana en dirección a España -junto a otros 27 buques- cuando el 6 de septiembre de 1622 fue alcanzado de pleno por un huracán en los Cayos de Florida, en concreto en el Cayo Matacumbé. De aquel convoy se perdieron tres barcos: el Santa Margarita, el Nuestra Señora del Rosario y la famosa nave capitana. En días posteriores, gracias a que los escasísimos supervivientes pudieron indicar el lugar de la desgracia, se organizó una operación de rescate de personas y cargamento. Se encontraron los restos de los dos primeros buques, pero ni rastro del Nuestra Señora de Atocha, que continuó desaparecido durante siglos junto a su fabuloso cargamento.

Una pequeña muestra del tesoro recuperado del galeón español

El contenido de este galeón era realmente irresistible para cualquier buscador de tesoros. Nada menos que 24 toneladas de plata repartidas en 1038 lingotes numerados, 180.000 pesos en monedas de plata, 582 lingotes de cobre, 125 barras de oro, 350 cofres con índigo, 525 sacas de tabaco, 20 cañones de bronce y 1.200 libras de piezas de platería. Y estos eran solamente los objetos declarados al fisco. A esta “lista legal” había que sumar un sinnúmero de piezas de contrabando, que portaban a escondidas los viajeros en sus ropas para eludir impuestos. En el descubrimiento del pecio el equipo de Mel Fisher encontró numerosas joyas no inscritas en el listado oficial, destacando entre otras muchas, 31 kilos de pequeñas esmeraldas, engastadas y sin montar, una copa de oro sólido, una cadena del mismo metal de tres kilos de peso y otra gran esmeralda sin tallar de algo más de 70 quilates.

Lingote de plata extraído del cargamento del Atocha, idéntico a los que traía el matrimonio riosecano

En aquel viaje de septiembre de 1622 iban en el Atocha 265 personas. Tan sólo 5 se salvaron del ahogamiento, todos ellos parte de la tripulación. El resto murió ahogado, y entre los fallecidos hubo dos paisanos nuestros: Pedro de Valverde y Beatriz de Espinosa, que volvían a Medina de Rioseco, junto a un hijo nacido en Indias.

En realidad Pedro de Valverde había nacido en la vecina Villabrágima, aunque se había casado con la riosecana Beatriz de Espinosa en la iglesia de Santiago el 28 de diciembre de 1608, quedando establecido el matrimonio en nuestra ciudad. En Rioseco había nacido al año siguiente su primer vástago, llamado Andrés de Valverde Espinosa. Con apenas dos años y medio de edad, Andrés quedó al cuidado de su abuela materna, María Sánchez de Peñalosa, que vivía en la Calle del Pozo. Sus padres habían conseguido una licencia para viajar a Indias, en la expedición del capitán Cristóbal de Villagrá, que había sido nombrado gobernador de Nicaragua y se dirigía a tomar posesión del cargo. En 1612, Pedro de Valverde y Beatriz de Espinosa, partieron para Centroamérica en busca de fortuna, y allí residieron durante una década en una localidad cercana a San Felipe de Portobelo (hoy Panamá). En Indias, nació otro hijo, llamado Pedro, que falleció junto a los padres en el hundimiento.

Registro del matrimonio entre Pedro de Valverde y Beatriz de Espinosa, celebrado en la iglesia riosecana de Santiago

Andrés quedó entonces como único heredero de sus padres, y por tanto, inició un pleito de reclamación sobre la herencia de los bienes que traían de América sus progenitores. En la demanda, realizada en 1624, Andrés de Valverde afirmaba tener 14 años y residir con su abuela materna, viuda de Juan de Espinosa y que le había cuidado y mantenido desde que partieron sus padres, y que le había permitido “aprender las letras y aora acudir al Estudio”, en referencia a la escuela de Gramática situada detrás del riosecano templo de Santiago. 

Pedro de Valverde y Beatriz de Espinosa, habían registrado en el viaje de regreso a España “ocho barras de plata ensayada y marcada”, que al parecer habían llegado a la Casa de Contratación en dos remesas, de cuatro y cuatro lingotes. Era normal entonces, que los pasajeros y sus propiedades se desplazaran en distintos galeones. A estos bienes inscritos hay que sumar las piezas de contrabando, que esas sí, llevarían consigo, y de las que obviamente, nada se dice en los documentos. Podrían ser éstas cualquiera de las joyas de oro o plata, cualquiera de las esmeraldas o cualquiera de los innumerables objetos cotidianos que aparecieron durante la excavación submarina.

Andrés de Valverde argumentó para hacer efectiva su reclamación, que además de ser el único y legítimo descendiente, también era “muy pobre” y no poseía “bienes ningunos de los q poder vivir ni sustentarse”. En su defensa salieron numerosos testigos, entre ellos una vecina que vivía en frente de la casa que tenía su abuela en la Calle del Pozo, que realiza una conmovedora declaración en la que asegura sentirse realmente apenada por los hechos y reconocer “como verdadero” el alegato del chico, gracias a las “cartas que enviaban desde las Indias sus padres” y que le leía su vecina.

Dos años después del hundimiento del Nuestra Señora de Atocha, la Casa de Contratación falló a favor de Andrés de Valverde, reconociéndole como legítimo beneficiario de los bienes del matrimonio formado por Pedro de Valverde y Beatriz de Espinosa que “…viniendo para estos reynos en el galeon nombrado nta sa de atocha se perdieron y ahogaron en el en los cayos de matacumbe con la tormenta que ubo…”. En el expediente de la reclamación, guardado hoy en el Archivo de Indias, se recoge la numeración de los ocho lingotes de plata, su peso y su valor, estimando la herencia neta de Andrés en 2.437.519 maravedíes, aproximadamente unos 487.000 euros actuales.

De haber ocurrido el desastre del Nuestra Señora de Atocha un siglo antes, su herencia habría rondado los 40 millones de euros. La devaluación de la moneda sufrida durante los reinados de Felipe II y Felipe III, impidió al riosecano Andrés de Valverde Espinosa ser un rico heredero, pero al menos le permitió tener un capital con el que comenzar su vida de adulto sin grandes problemas económicos.

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