Donde Juan de Juni convirtió el barro en belleza

El Museo de San Francisco de Rioseco muestra los famosos grupos escultóricos en barro cocido de Juan de Juni una primicia en el arte español del siglo XVI

Un reportaje de Miguel García Marbán

Es una constante realidad: el visitante, absorto en el Museo de San Francisco ante la belleza de las terracotas de Juan de Juni, expresa su asombro ante tamaño descubrimiento. Dos grupos escultóricos que serían motivo suficiente para viajar a Rioseco.

En 1537, el IV Almirante de Castilla, Fadrique II Enríquez, encarga al insigne artista estos dos grupos escultóricos para la capilla mayor de la iglesia franciscana del Convento de Nuestra Señora de la Esperanza, que se convertirá en gran panteón familiar. Unas terracotas que se ubicarán en dos retablos en piedra, labrados, también en el siglo XVI, por Miguel de Espinosa bajo el proyecto de Cristóbal de Andino. Unos grupos que constituyen una primicia en el arte español, apenas con el antecedente de Mercadante en Sevilla, siguiendo la senda implantada en Modena por Mazzoni y continuada por Begarelli, según ha apuntado en su estudio el historiador del Arte, José Miguel Travieso.

Para la ejecución de estas obras hubieron de construirse en Rioseco hornos especiales. Las piezas se cocían en trozos pequeños que se ensamblaban más tardes, antes de ser policromadas. Ahora, después de la acertada restauración, realizada hace años por la técnico Cristina Escudero a través del Centro de Conservación y Restauración de Bienes Culturales de la Junta de Castilla y León, la contemplación de los grupos es una experiencia única.

En el lado el lado del Evangelio, bajo un primoroso relieve en piedra de Llanto sobre Cristo muerto, se encuentra el grupo de San Jerónimo Penitente, al que el tiempo ha privado de su policromía original. No obstante la obra ha conservado toda su fuerza expresiva que evidencia la influencia del grupo de Laocoonte y sus hijos, a la vez que su monumentalidad recuerda la obra del gran Miguel Ángel. «El cuerpo del santo se torsiona a modo de hélice. Las formas parecen querer remedar los convulsos movimientos de las serpientes. No hay un solo músculo que no vibre bajo la piel de barro de esta anatomía fuera de lo común, que en nada envidia a la honda expresividad del gran Buonarotti», en palabras del guión sonoro de la instalación museográfica.

En el lado de la Epístola, bajo un relieve en piedra del Despojo de Cristo, se sitúa el grupo del Martirio de San Sebastián, cuya figura, junto a las de sus verdugos, un romano y un judío, sí que han mantenido su bella policromía. «La introspección psicológica que evidencian las tallas es digna de los mejores artistas del Renacimiento», relata el guión del museo.

El relato bíblico cuenta que Adán fue el primer hombre creado por Dios, hecho de barro, al cual le insufló el aliento de la vida. Quizás ese aliento es lo único que les falte a las esculturas de Juan de Juni del Museo de San Francisco de Rioseco para cobrar vida.

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