Diario de una hazaña; Fernando Ortega acaba el ironman

El riosecano, que realizó un excelente registro de 12 horas y 8 minutos, narra la crónica de “una experiencia irrepetible, dura y preciosa”

La historia particular de cada hombre hay también cabida para las hazañas. Proezas como las que hace unos días realizó el riosecano Fernando Ortega al participar en la localidad gallega de As Pontes en su primer ironman: un primer segmento de 3,8 kilómetros a nado, 180 km. de bicicleta y una maratón (42,195 km.). Toda una prueba para superhombres, en unos circuitos muy exigentes, que el triatleta riosecano logró realizar en el excelente tiempo de 12 horas y 8 minutos, quedando el segundo en su categoría. El propio Fernando Ortega nos cuenta la crónica de la su carrera. Enhorabuena.

Lo primero de todo, antes de meterme de lleno con la crónica en sí, es dedicar este logro personal a todas esas personas de mi entorno, las cuales me han estado dando su apoyo incondicional, me han soportado los últimos seis meses y han sufrido las ausencias tanto familiares como laborales. A ellos, porque solo por ellos he podido conseguir este reto, les quiero dedicar estas líneas. A mi mujer, a mi hermano y a mi sobrino, causante de este entuerto: Gracias.

Todo empieza como un germen dentro de mi cabeza que poco a poco va ganando en volumen e intensidad: correr un ironman. Desde el respeto a las distancias lo veía como algo inafrontable e inaccesible, pero también con la cosa de “¿y por qué no?”; así que me dije “ahora o nunca”; me lié la manta a la cabeza y… Tras más de seis meses de preparación (quizás esto sea lo más exigente de la prueba, tal vez más que la propia carrera en sí), nos presentamos en As Pontes, tres tripis y un arandino, curtido en estos eventos. La prueba pinta bonita. Hay una buena organización. El recorrido es bello y no menos lo son nuestras respectivas sufridoras, que no han dudado en acompañarnos.

Día D. 5 AM. Nos levantamos. No ha hecho falta esperar a que suene el despertador, apenas he pagado ojo en toda la noche, los nervios están a flor de piel. Tras un desayuno copioso nos acercamos hacia la salida. Está situada en un sitio precioso, en una antigua mina a cielo abierto la cual ha sido anegada con millones de litros de agua, hay zonas con cerca de 200 metros de profundidad y tiene una extensión enorme.

Cámara de llamadas en el box, frente a la bicicleta. Nos vamos a la línea de salida. La gente empieza como si después de varias brazadas finalizase el segmento de natación. Llego a la primera boya y giro a la izquierda con muchísimo tráfico, hora punta. Después de defenderse uno como buenamente puede encaro una recta de unos 750 metros y llego a un nuevo giro, también hora punta aunque ya llueve menos. Salimos del agua, andamos por la playa y otra vez a la mina. Acabo, llego al box y veo que hay muchas bicis. No me lo puedo creer, si yo en el agua na de na.

Segmento de bici. De salida afrontamos una subida continuada de unos tres kilómetros a un 6%, pero esto no era lo peor, lo malo era el viento. Fue creciendo a medida que se vaciaban nuestras fuerzas, haciendo de este sector un auténtico muro. La experiencia que dan los años dando pedales por los páramos de los Torozos prestaron mucha ayuda y la batalla contra el dios Eolo fue quedando en un desgaste continuo pero no total. No era necesario ir a tope, lo importante era consumir kilómetros sin descuidar la comida y menos aún la hidratación.

Maratón. Última encerrona. A tan solo 1’5 kms. había un muro que tendríamos que afrontar tres veces, tantas como vueltas tenía el circuito. El camino era de tierra y piedras, con constantes toboganes, sin sombra, con un calor insufrible, y al ir bordeando el lago la humedad se disparaba. Mi objetivo era no andar para conseguir regularidad. Solamente paré en los avituallamientos para beber. Ya en el km 37 tuve una amago de parar pero… lo dicho “si camino no corro”. Cuando quedaba 1’5 kms. para finalizar pregunté a un individuo la hora. Me dijo que eran las siete y que iba muy bien. -Pues ¿cómo irán los demás?- me dije. Iba muerto. Debo de ser el primer finisher sin reloj. Murió la noche anterior y corrí sin él, sin tiempos, ni parciales. Aunque era sumergible el pobre se me llenó de agua, se ahogó.

Cuando por fin divisé el arco de meta, me dije: -Fernando, se acabó.- Me entraron unas ganas de llorar que aún, ahora, me emocionan. Me abracé a mi mujer y solo pude balbucear: “Se acabó, Yoli. Se acabó.”

En resumen: 12 horas y 8 minutos que se han convertido en una experiencia irrepetible, dura y preciosa. Todo ello aderezado con la compañía de los otros: Marcos Lobo, Rafa Becerro y Luis Ángel, que sin sus consejos no hubiera podido ser finisher, y de las otras: Nieves, Susana y Yoli, que no pararon de animarnos.

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