Delitos de otros tiempos… (Primera parte)


Teresa Casquete Rodríguez. Historiadora del Arte

Hoy Medina de Rioseco, con algo menos de 5.000 habitantes se enfrenta a una oleada de robos que ha puesto en alerta y ha llenado de temor a sus habitantes. Imaginemos qué ocurriría si nuestra ciudad tuviera 14.000 vecinos y no existieran ni las alarmas, ni internet, ni teléfonos, ni Guardia Civil… Porque eso exactamente era lo que pasaba en el siglo XVI. Por entonces Rioseco era una de las principales ciudades castellanas, uno de los centros económicos más importantes, no sólo del reino, sino de Europa. Un centro de atracción de hombres de negocios de todo el mundo, pero también de delincuentes.

Rioseco tuvo su primera cárcel junto al edificio del ayuntamiento, que por entonces ocupaba unas casas alquiladas al hospital de Santa Ana, situado donde hoy se encuentra la Casa de Cultura. Los aposentos destinados al alojamiento de presos daban a la actual calle Antonio Martínez, que hasta los años 60 se llamó, precisamente, calle de la Cárcel Vieja.

En 1745, una relación sobre la ciudad y su historia, hecha por los munícipes a petición del rey, afirmaba: «Hay en la ciudad tres jueces ordinarios que son los dos alcalde y corregidor que pone el Duque, quienes conocen a prevención en las causas civiles y criminales y demás de esto hay otros subdelegados de millones, arbitrios, contrabando, cruzada, con los ministros que componen su hacienda. Hay la cárcel de la ciudad que está a cargo del alguacil mayor, quien tiene la regalía de nombrar alcaide y alguaciles para la asistencia del corregidor a quienes tiene bajo sus órdenes como también los seis porteros que nombra la ciudad para su servicio y asistencia de los alcaldes, siendo la vara de alguacil mayor provisión del Duque»

En este lugar permaneció el calabozo local (muy alejado de las actuales cárceles con jacuzzis y televisores de plasma), hasta que en 1845, debido a las malas condiciones del edificio, el ayuntamiento y sus dependencias se trasladaron a San Francisco. El monasterio había sido abandonado por la orden de monjes recientemente y sus salas se usaron, entre otros fines, como cárcel municipal. Recuerdo de ello es la reja gótica que se expone hoy en el ayuntamiento actual y que guarda las huellas de su adaptación para recluir presos.

Más que noticias sobre la cárcel, las tenemos sobre los numerosísimos delitos que se cometían entonces en Rioseco. Entre ellos estaban las agresiones físicas, como la cometida por el curtidor Alonso Romo en 1564, contra un colega llamado Pedro de la Torre, a quién persiguió hasta la iglesia de Santiago, golpeándole con un palo.

Los robos eran los más comunes, un ejemplo fue el realizado por Martín de Palencia, Alonso Sánchez y María Criado en 1570, contra el mercader Jerónimo López, para lo que usaron la complicidad de un esclavo que tenía éste, llamado Diego Negro. Otro ejemplo es el acaecido en 1821, cuando el cura Felipe Paradela, acuso a unos forasteros de Barcelona, Valencia y Zaragoza, de intentar robar en su casa con la escusa de ir a encargar unas misas. Los asaltos eran más frecuentes en los montes que rodeaban Rioseco, especialmente en el Monte Torozos, en donde con frecuencia actuaban grupos de bandidos que se dedicaban al robo y al asesinato de viajeros.

Como ejemplo curioso, el ocurrido en 1801 y que por su importancia fue juzgado por la Real Audiencia y Chancillería de Valladolid. En él resultaron acusados los vecinos de Villanubla, Manuel Tomás, Ángel Barrero, Manuel Barrero, Antonio Gómez y Fernando Lebrero, jornaleros y algunos de ellos menores de edad. Según las actas los citados se dedicaron a asaltar con palos y escopetas a varios viajeros, entre ellos a los riosecanos José Albert y Pablo López, a los que les sustrajeron dinero y una bota de vino. También a un arriero segoviano que se desplazaba a Rioseco, al que le quitaron dinero, chocolate, una bota de vino y una faja, así como a otro arriero toledano, que también se dirigía a Rioseco, al que le robaron dinero y sardinas.

En el mismo caso también fueron acusados varios alcaldes de Villanubla, por negligencia en el desempeño de su oficio, gracias a la cual varios de ellos se fugaron.

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