Cuenta la leyenda que la Vía Láctea es el reguero de leche que la diosa Hera desparramó por el cielo cuando se negó a amamantar a Hércules niño. Fue en el siglo XII, cuando el Códice Calixtino recoge que el Apóstol Santiago se apareció a Carlomagno señalándole la Vía Láctea como guía para llegar hasta Compostela. Desde entonces, los peregrinos que marchaban hasta Santiago, se servían como referencia de la posición de la Vía Láctea, que en verano es NE-SE y es la dirección que tomaban los peregrinos desde Europa.
Un gran salto en el tiempo nos sitúa en el siglo XX. De aquel rastro blanco en el cielo que guiaba a los peregrinos por el Camino, hemos llegado a las fechas amarillas que el párroco de O Cebreiro, Elías Valiña, comenzó en 1984 a pintar con pintura amarilla de las carreteras en obras. Desde entonces, muchos peregrinos y vecinos del Camino de Santiago han seguido con su tradición, remarcando las borradas flechas y pintando otras nuevas cada vez más lejos de Santiago hasta llenar todas las rutas jacobeas.
“Caminante, no hay camino, se hace camino al andar”, escribió el poeta Antonio Machado. Porque esas flechas son el Camino recorrido y el que queda por andar, el cansancio acumulado y las fuerzas de seguir, la emoción de lo vivido y la ilusión de lo que vendrá, la nostalgia del recuerdo y la alegría del momento. El Camino es, en definitiva, una metáfora de la propia vida.
Primero existió la devoción y el fervor hacia el Apóstol Santiago, luego surgió el motivo para peregrinar, en este caso el sepulcro del Apóstol, después llegaría la inquietud por llegar hasta él. Entonces, el hombre salió de su casa, dejó su oficio y su familia y se puso a andar, y al caminar hizo Caminos. Porque, ante un lugar de destino, ante un lugar al que hay que llegar, ante un motivo de peregrinación, existe un Camino con letras mayúsculas, que es la intención de llegar que se hará realidad a través de infinidad de rutas.
Esa idea de volver a los orígenes, cuando el peregrino salía desde su casa, es la que tuvieron hace más de quince años un grupo de madrileños que sabía que Madrid es la ciudad, provincia y Comunidad que más peregrinos aporta al Camino de Santiago. En el Año Santo de 1993, la Asociación de Amigos de los Caminos de Santiago de Madrid (constituida en 1987) asumió la labor de investigar la ruta que los peregrinos madrileños al modo tradicional de antaño seguirían hasta Compostela.
La tarea culminaba en tres años. En septiembre de 1996, el Camino de Madrid quedaba recuperado y señalizado con flechas amarillas por la Asociación de Madrid, mientras los municipios se hacían partícipes de cuanto representa. Partiendo de Madrid, atraviesa las provincias de Segovia y Valladolid para enlazar con el francés en Sahagún. Es una ruta con grandes atractivos como el superar la cumbre de la Fuenfría, el que un tramo discurra sobre una calzada romana o por el Canal de Castilla, el cruzar ciudades tan interesantes como Segovia, Coca, Valladolid o Medina de Rioseco, pero también por municipios más pequeños y peculiares como Simancas, Peñaflor de Hornija, Cuenca de Campos o Gramal de Campos.
En 1997, la Asociación de Madrid publica un número especial de su boletín De Madrid al Camino con la descripción del Camino de Madrid, e iniciaba el recorrido del Camino con sus socios. En el Año Santo de 1999 edita la guía: Camino de Madrid a Santiago de Compostela, que, con varias ediciones, ha sido imprescindible para elaborar estas palabras que ahora escribo. Mientras todo eso sucede, las poblaciones han ido habilitando sus imprescindibles albergues.
En 1999, se crean en Medina de Rioseco y Segovia sendas Asociaciones de Amigos de los Caminos de Santiago y las instituciones se interesan por el Camino. En 2001, la Comunidad de Madrid inicia la señalización de la ruta. En el Año Santo 2004, se retoma el interés en la Comunidad de Madrid y Junta de Castilla y León, y se crea la Asociación de Valladolid. En el año 2005, la Diputación de Valladolid emprende la señalización del Camino a su paso por la provincia vallisoletana.
Desde 1996, el Camino de Madrid sirve a un número creciente de peregrinos que renuevan la auténtica experiencia de peregrinar desde la misma “puerta” de sus casas, como se realizaba tradicionalmente. En la actualidad, son más de mil los peregrinos que recorren este camino cada año. Un Camino que ya cuenta, al menos, que sepamos, con un peregrino muerto. Algo que hace trascender aún más la memoria del Camino, esa secreta y escondida senda invisible donde se deposita la esencia del Camino y que recoge las más profundas vivencias del peregrino.