De cómo llegó a Rioseco el Cristo de Castilviejo

La tradición dice que lo hallaron una ermita abandonada cerca de Villalón y fue traído por un 'Hermano del Trabajo' del antiguo Hospital de Sancti Spíritu

Por Ángel Gallego Rubio

El domingo siguiente al 8 de septiembre, día de la Patrona de Rioseco, la Virgen de Castilviejo, la costumbre manda que se celebre la Fiesta del Cristo con una nueva romería popular. Una festividad donde la devoción y la religiosidad dan paso, tras la procesión, al ambiente festivo en torno a la paella gigante con la que, desde hace algunos años, obsequia el Ayuntamiento riosecano en la pradera y con el refresco, para los cofrades, por invitación del mayordomo.

El Cristo de Castilviejo preside el retablo –datado en el primer cuarto del siglo XVIII- del lado del Evangelio de la ermita. La talla, de principios del siglo XVI, está ubicada sobre un fondo que muestra una pintura del Calvario con los dos ladrones. La hornacina del Crucificado está flanqueada por otras que ocupan unos ángeles que, se cree, son los que en 1715 hizo Antonio Gautúa para el altar mayor. En el ático del retablo está el relieve de la Virgen del Pópulo.

Como la Virgen, también el Cristo tiene su leyenda. En este caso narra la manera en que llegó a Rioseco y por qué se ubicó en Castilviejo. Nos situamos, año arriba año abajo, en el Rioseco de 1550. En lo que hoy es la manzana que ocupa el Ayuntamiento se encontraba el precursor de la actual residencia de ancianos: el hospital de Sancti Spíritu, denominado también de la condesa y señora Santa Ana -por su benefactora Doña Ana de Cabrera, esposa del II Almirante D. Fadrique II Enríquez-, y posteriormente de San Juan de Dios. Estaba entonces bajo el cuidado de la Cofradía de Ntra. Sra. de la Consolación, cuyos miembros eran los llamados Hermanos del Trabajo. Estos solían acudir a los mercados de los pueblos cercanos a Rioseco para proveerse de lo necesario a través de la compraventa o la mendicidad.

Una noche volvía uno de ellos del mercado de Villada. Antes de llegar a Villalón le sorprendió una fuerte tormenta que, unida a la oscuridad nocturna, le obligó a cobijarse en una ermita casi en ruinas, que llamaban de la Virgen del Tejadillo. Refugiado allí, descansando de la fatiga del camino y repuesto del susto del temporal, pudo discernir, entre los restos de lo que había sido un altar de la abandonada ermita, la efigie de un Santo Cristo.

Se condolió el hombre del poco cuidado que se había tenido con aquella Sagrada Imagen y decidió llevárselo para que estuviese en algún sitio más decente. Se echó el crucifijo al hombro y así, cual cofrade penitente, prosiguió su camino. Aunque se asegura que le siguieron, sin darle alcance, los que se tenían por dueños de la ermita llegó felizmente a Rioseco sin contratiempo. Cargado con el Cristo bajó por la calle de la Rúa hasta la puerta de San Francisco, donde escuchó una voz interior que le ordenaba que no parase sino que siguiese hasta la ermita de la Virgen de Castilviejo. Obedeciendo a su inspiración continuó caminando de forma tan rápida que cuando llegó aún no había amanecido, encontrándose con que la ermita estaba todavía cerrada. Se lamentaba el piadoso hombre por no poder cumplir la misión encomendada cuando, de forma milagrosa, las puertas se abrieron de par en par franqueándole la entrada.

Con este raro prodigio pudo colocar en el altar de la Virgen la efigie de su Santísimo Hijo. Dando cuenta, ya en Rioseco, de lo sucedido comenzó el Cristo a despertar la devoción de los fieles y los hermanos del trabajo, en atención a haber sido uno de ellos el que había encontrado la milagrosa imagen, erigieron una cofradía para cuidar de su culto.
Esto es lo que asegura la tradición. No obstante, D. Benito Valencia Castañeda, en sus Crónicas de antaño, cuenta que el Crucificado se puso primero bajo un soportal y después en la iglesia del Hospital. La II duquesa de Medina de Rioseco mostraba tal devoción por el Cristo que ordenó a unos esbirros apoderarse de él con el fin de incluirlo entre las imágenes de su capilla particular del Palacio. Para evitarlo, los Hermanos del Trabajo le condujeron una noche hasta Castilviejo.

Aún a falta de datos para confirmarlo, se puede pensar que lo que hizo la duquesa –que también se llamaba Ana de Cabrera y era esposa del VI Almirante, D. Luis II Enríquez- fue ordenar su traslado, pues bajo su patrocinio se construyó en aquella época la ermita, que luce en su portada el escudo en piedra de los Almirantes.

La versión narrada por D. Benito fue la referida por el escultor riosecano Mateo Enríquez al serle tomada declaración como perito durante el proceso seguido, en junio de 1602, en relación al milagro –así lo determinaron los instructores del obispado de Palencia- por el que la talla había sudado durante una procesión. En próximos episodios de estas ‘Leyendas’ y Curiosidades relataremos más detalles sobre este hecho prodigioso, por el que en tiempos fue llamado Cristo del Sudario, y otras no menos curiosas historias que se cuentan sobre el Cristo de Castilviejo.

share on: