
Esa contante voluntad por intentar mejorar la vida de sus semejantes ya empezó en su Villanueva de San Mancio natal, donde Ilidio fue monaguillo de la iglesia del pueblo desde niño “porque me gustaba este cerca del Señor”, según recordó ayer el párroco, Juan Carlos Fraile, durante el funeral. Años más tarde, ya Rioseco, continuó su constante labor de participar en todas aquellas actividades de ayuda a los demás.

Decía Hilidio que él era un poco de todos las hermandades riosecanas. Sin embargo, tenía una devoción especial hacia el Cristo de Castilviejo desde que su suegro le apuntara a la hermandad, a la que, con el tiempo, también pertenecería toda su familia. También tenía cierta predilección por el paso de La Escalera. En la Semana Santa de este año no quiso perderse ver de cerca a sus hijos, David y Jesús, sacar el descomunal grupo escultórico. Él mismo les ayudó a recogerse las túnicas y les dio el ánimo suficiente antes de escuchar el oído a rezar. Ahora, Hilidio, el hombre de la eterna sonrisa, ya se encuentra junto a don Gabriel, con el que tantas horas pasó en intentar hacer algo mejor este mundo.
Estás palabras en recuerdo de Hilidio sirvan de homenaje a todos esos hombres y mujeres que cada día hacen mejor esta vida. A su esposa, Mariceles; a sus hijos, David, Mónica, Rubén, Jesús y Raquel; a sus nietos y resto de familiares; a todos sus hermanos del Cristo de Castilviejo y amigos, nuestras más sinceras condolencias. Amigo Hilidio, descansa en paz.
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