Congreso de futurología (cinematográfica)

Gonzalo F. Blanco analiza exhaustivamente en su espacio Cine Maravillas tres películas en cartelera: 'El Congreso', 'De Boyhood' y 'Un toque de violencia'

Gonzalo F. Blanco

Continúa exhibiéndose en las pantallas de Valladolid y en versión original subtitulada (VOS) -Cines Broadway- El Congreso de Ari Folman. En la película el director israelí combina el cine de animación con el cine real de actores para contarnos una historia sobre el futuro del cine y, de paso, de la humanidad. Pasen y veamos.

El Congreso es una adaptación (muy) libre de la novela de Stanislaw Lem Congreso de futurología. A quienes hayan tenido la suerte de no haber leído todavía a Lem, y por tanto pueden hacerlo por primera vez, puedo recomendarles… toda su obra. Pero para ser didácticos pueden empezar por Memorias encontradas en una bañera, o los Diarios de las estrellas, o Solaris (con dos adaptaciones cinematográficas, una de Tarkovski y otra de Soderbergh). Lem era un escritor de ficciones científicas, especializado en literatura polaca, cibernética y astronáutica, y con un acendrado sentido de humor. Lo necesitó para escribir ciencia-ficción y sátira desde el otro lado del telón de acero.

De Ari Folman habíamos visto en España Vals por Bashir. Esta película sobre la última invasión israelí del Líbano, tenía la particularidad de ser cine de animación aplicado al veterano género bélico. La animación ha recorrido en estos últimos años un largo camino para contar historias que no solo vayan destinadas al público infantil. Es el caso de Vals por Bashir, donde Folman nos contaba el terror producido por la guerra sobre los inocentes desde punto de vista de los aterrorizados soldados israelíes que tenían que aplicarlo.

El Congreso, la película que hoy comentamos, cuenta cómo a la actriz en horas bajas Robin Wright Penn, que hace de sí misma en el film (la recodarán, entre otras, por La princesa prometida) la proponen ser digitalizada o matrixizada para evitarse el engorro de tener que madrugar y pasar nervios en los rodajes, aparte de obviar sus retrasos y otras molestias producidos por una estrella. Es una actriz veterana por lo que se asegura, a la vez, no envejecer en las pantallas. Las actuaciones de Robin Wright Penn y Hervey Keitel en estos primeros cuarenta y cinco minutos de la película real, son memorables, sin temor a la exageración. Y el sagaz guión y las voces auténticas en la VOS ayudan a producir esa impresión tan rara de la memorabilidad: algo que no se nos olvidará nunca.

Veinte años después, la actriz real, envejecida acorde a su edad, acude a un congreso en el que previa ingesta de drogas farmacológicas se puede vivir una realidad virtual, alejada del dolor, del fracaso, y donde, de paso, se pueden cumplir los sueños propios. Aquí se inicia la película de animación, de tono lisérgico en justa correspondencia, quizá, con las sustancias psicotrópicas administradas a los congresistas. Folman, con el dibujo y el color, busca el delirio, que el espectador viva el delirio de esos personajes que cumplen sus sueños en un escenario onírico-letárgico en el que caben muchas cosas, incluidos homenajes a la historia del cine (Clint Eastwood en una película de Sergio Leone, por ejemplo). Es la parte de peli que puede gustar más o menos -ahí la crítica ha dubitado-, pero mi modesto consejo es dejarse llevar por el torrente de imágenes y sensaciones un tanto psicodélicas. En tanto, la realidad existe, sin descanso ni tregua: Es la base imprescindible para sostener el tinglado, sobre todo para los que no tienen opción para “cumplir sus sueños” debido a la falta de dinero, o para algunos militantes radicales de la fea realidad que asumen el dolor, el fracaso y la vejez como parte de la vida. (¡La vida tolera casi todo!) Es la parte de reflexión moral de la película.

De Boyhood (Momentos de una vida) -premio al Mejor director en Berlín 2014- de Richard Linklater (Cines Broadway) se han encomiado los doce años de duración del rodaje (2002/13), los apenas treinta y nueve días de rodaje efectivo (unos cuantos días por año) o el sucesivo cumplimiento de los años por parte de los actores durante la producción, tanto por parte de los adultos (Patricia Arquette, Ellar Coltrane) como de los niños (Ethan Hawke, Lorelei Linklater, hija del director): algo especialmente reseñable en el caso de niños que no eran actores profesionales en el inicio del film y que acaban convertidos en adolescentes y de paso en excelentes actores al finalizar el rodaje en 2013. La idea es, sin duda, magnífica: qué mejor manera de contar el paso del tiempo -el período entre el ingreso en la escuela a los cinco años y el ingreso en la universidad con diecisiete años- y hacerlo con los mismo actores que van creciendo y cumpliendo años en el curso de la película, y además sin solución de continuidad, sin letreros que lo adviertan, ni elementos especialmente reseñables: basta otro corte de pelo, una canción de moda, un nievo viodejuego…, para percibir que ha pasado un algo de tiempo, no mucho pero suficiente para marcar la raya entre pasado y presente. La idea no era nueva, puesto que había rondado por la cabeza de algún otro cineasta, pero Linklater la ha llevado a cabo con todas las consecuencias y toda la paciencia de un maestro.

Decía que se han encomiado todos estos elementos circunstanciales, sin duda extraordinarios, pero nadie ha obviado, justamente, que la intención de Liknlater con esta forma de plantear la puesta en escena, era… atrapar el tiempo, su curso implacable y a la vez lento y sin duda amargo. Y probablemente o, seguramente, lo ha conseguido, porque la impresión intuitiva del espectador que está contemplando la película durante más de ciento sesenta minutos es de hipnosis -cierto- o de fascinación, o de reverente admiración, al ver “realmente” cómo el arte consigue atrapar eso tan fungible como es el paso del tiempo. No es una busca del tiempo perdido proustiano, es la sensación del tiempo presente sucediéndose y haciéndose fututo. (Comenta y expone Fernando Trueba en Mi diccionario de cine, que el cine como arte ha introducido una dimensión nueva: el tiempo. El cine es tiempo).

Esa fue la impresión de este espectador, de este veedor de cine que les escribe, mientras la película y la historia de una familia compleja y de su país durante doce años se sucedía ante mis ojos. Para conseguir este efecto, el director ha renunciado a los efectos dramáticos, a la nostalgia, y a cualquier elemento que no forme parte de esa zona media de la vida, que es la que vivimos todos, salvo excepciones heroicas o puntuales. “¿Y esto es la vida?”, exclama el personaje de Patricia Arquette cuando su hijo se despide de ella para ir a una universidad en otra ciudad y no parece sentir pena por dejar a su -sacrificada- madre…

Un toque de violencia de Jia Zhang Ke (Cines Broadway, en V.O.S., premiada en Cannes 2013 al Mejor guión), es una película brutal sobre la China actual, en la que la opresión, la injusticia y el abuso de los poderosos, las mafias, el Estado, sobre la gente corriente campan sin límites ni contrapesos legales. Y siendo los escenarios del film el campo o las urbes desoladas por la industria contaminante que han convertido el paisaje en una gravera abandonada o las ciudades en polígonos industriales. Cuatro historias cruzadas (un exminero, un emigrante, una trabajadora de una sauna, un estudiante), de personas sin poder ni derechos que acaban abocados a la violencia: a explotar súbita e “inesperadamente”, después de una larga acumulación de humillaciones, contra sus opresores. Una violencia que puede parecer tarantiniana, -mera apariencia- si no fuera porque donde, en un caso, hay sobre todo espectáculo, en Un toque de violencia hay una realidad subyacente.

En la primera historia cruzada un arriero golpea bestialmente a un caballo de tiro: el caballo será uno de los seres vengados por el exminero vindicativo armado con una escopeta de caza al estilo Michael Caine en Get Carter. Una metáfora sobre lo que está ocurriendo en China. La censura china ha impendido el estreno y circulación de la película. Nos suena, ¿no?

Para acabar, felicitarnos porque en Valladolid estén coincidiendo en el tiempo hasta dos (¡!) películas en versión original subtituladas (VOS): El Congreso y Un toque de violencia en los cines Broadway y hasta hace unos días Mi amigo Mr. Morgan en los Casablanca Hay un público fiel, suficiente, dispuesto a ir a las salas de cine con continuidad, y que demanda esta forma de ver el cine. ¡Chapeau por las salas y los espectadores!

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