Aquellos ojos eléctricos que me asustaban

Luis Ángel Lobato recuerda en su sección cinéfila aquellas películas de robts como Perdidos en el Espacio, Últimatum a la Tierra o Planeta Prohibido

Luis Ángel Lobato

Desde niño siempre me han emocionado las historias de robots. Recuerdo que cuando el miedo aparecía, en lo más denso de la noche, imaginaba legiones de robots, venidos del espacio, que saqueaban, con sus ojos eléctricos, las mentes de los hombres que no dormían. Era inevitable entonces la inquietud cuando crujía la tarima o el viento se filtraba, como un silbido opaco, a través de las juntas de algunos cristales.

La primera imagen física que tuve de esos seres mecánicos fue contemplando la famosa y ya lejana serie televisiva Perdidos en el espacio, donde una típica familia media americana, acompañada por un simpático robot, recorría extraños planetas dando la cara a desasosegantes peripecias.

Con el curso de los años, mientras mi interés por el cine iba creciendo, pude disfrutar de unas decenas de buenas películas relacionadas con esas alarmantes máquinas vivientes. Elegiré ahora un puñado de las que más me impactaron, ciñéndome –debo renunciar a la reputada Metrópolis, de Fritz Lang–, únicamente, al cine estadounidense a partir de los años cincuenta.

Primero destacó Ultimátum a la Tierra, de Robert Wise, donde, tras su inicio con la visita de un alienígena acompañado de un indestructible robot con propiedades divinas, se advierte, utilizando un argumento y una estética expresionista propios del cine negro, una denuncia al temor irracional de la sociedad americana de mediados del siglo XX por las invasiones comunistas. El resucitado protagonista extraterrestre, reclama la paz entre los hombres para que continúe la armonía en el universo.

Llegó la alucinante Planeta prohibido, de Fred M. Wilcox, con un sofisticado robot ayudando a unos expedicionarios espaciales, llegados a un planeta remoto, a combatir a una inteligencia colectiva, antigua habitante de este mundo, que pervive en el subconsciente de un sabio científico, único superviviente, junto con su hija, de la comunidad de los primeros colonizadores.

Después vino la todavía conflictiva 2001: una odisea del espacio, de Stanley Kubrick, en la cual, en su tercera parte, un siniestro ordenador, que atiende por Hal (H. A. L. 9000), trata de exterminar a la tripulación de una inmensa nave en ruta hacia los planetas exteriores del Sistema Solar para evitar su muerte y lograr una existencia eterna. Su agonía final, siendo desconectado, poco a poco, por un astronauta, es estremecedora.

Naves misteriosas, de Douglas Trumbull. Memorable película con inquietudes ecologistas. Aquí, unos robots trabajan junto a un obsesionado cosmonauta, con rasgos sicóticos, que elimina a todos sus compañeros de viaje estelar –suicidándose él mismo– con el fin de salvar las últimas formas de vida vegetal terrestre, protegidas, en enormes cúpulas, vagando por el espacio.

Más tarde, a partir de la segunda mitad de los años setenta, con la aparición de la grandiosa serie La guerra de las galaxias, de George Lucas –el sueño de los aficionados a la Space Opera–, surgen dos entrañables y juguetones robots –uno de ellos androide, el otro con apariencia de electrodoméstico–, luchando a favor de las fuerzas del bien cósmicas. Western, aventuras caballerescas y fantasías míticas y místicas se despliegan derrochando espectacularidad y puro divertimento.

En los años ochenta aparece la extraordinaria y existencial Blade Runner, de Riddley Scott, que unifica la ciencia ficción y el thriller, con un ángel caído, el replicante Nexux-6 llamado Roy, que asesina a su propio inventor-padre-creador –Dios– y que ya, libre, redime con su muerte, y perdiendo sus recuerdos en el tiempo y sus lágrimas entre las gotas plateadas y negras de la lluvia, a la especie huma. Nunca me cansaré de alabar este monumento cinematográfico pleno de escepticismo y, paradójicamente, de esperanza.

Y con la brutal y metafísica Robocop, de Paul Verhoeven, donde también se aúnan la ciencia ficción y el género policial contemporáneo, con un cyborg que consigue recuperar su memoria, su identidad y su dignidad –quedan en el tintero cintas interesantes como Almas de metal, de Michael Crichton, Engendro mecánico, de Donald Camell o Terminator, de James Cameron– se cierra, con broche de oro, esta galería de películas clásicas y de culto con robots que tanto nos hicieron gozar atrapados por la angustia y el terror.

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