Antonio Martín fue un extraordinario pívot, uno de los mejores de la historia del baloncesto español. Su figura, aunque lógicamente menor, va paralela a la gigantesca leyenda de su hermano Fernando, con el que tenía una peculiar conexión. Tenía un juego al poste muy inteligente, conectando muy bien con el otro interior, y fue desarrollando un tirito de media distancia que le hizo poderoso. Rozaba los 2,10, además, y, no hace falta decirlo, tenía ese gen competitivo tan ‘martiniano’, según lo recuerda el periodista Javier Ortiz.
Durante una época fue el bastión interior de la selección española, con la que jugó 62 partidos y ganó el bronce en el Eurobasket de Roma-91. Cierta mala racha con las lesiones y un carácter sin duda especial le hicieron abandonar siendo todavía bastante joven, con 29 años. No quería vestir otra camiseta que no fuese la del Real Madrid.
Esta semana el gran jugador pasó por Medina de Rioseco y comió en el restaurante La Rúa. Posó para foto de recuerdo con Carlos Villarino, José Andrés García, Isidoro Margareto y Ana Abril. Es seguro que, de una manera especial, mi amigo José Andrés, madridista donde los haya, se emocionaría, más si tenemos en cuenta “la gran devoción” que profesaba por su hermano, el gran Fernando Martín, al que apodaba cariñosamente “el monstruo de la naturaleza”. Entonces recordaría cada uno de los buenos momentos que nos hicieron pasar los dos hermanos.