
Se cumplen hoy diez años de su fallecimiento en Madrid y posterior entierro en Palacios de Campos; en cuyo funeral el sacerdote oficiante hizo una esplendida semblanza humana del difunto. No estará de más, en este aniversario, algún apunte sobre dimensión profesional.
Don Felipe, nacido en Palacios de Campos en 1915, fue el primer catedrático de Historia Económica en la universidad española, inicialmente en Bilbao, posteriormente en la Universidad Autónoma de Madrid, de la que al jubilarse -en 1985- paso a ser catedrático emérito. Ganó en 1991 el Premio Nacional de Historia por su libro Pequeño capitalismo, gran capitalismo, una obra sobre las consecuencias que tuvo para Castilla la sumisión del imperio español a la banca europea. En 1992 fue distinguido con el Premio de Humanidades y Ciencias Sociales de la Junta de Castilla y León. Antes, en 1980, había sido elegido miembro de número de la Real Academia de la Historia. Durante doce años presidió la Asociación Española de Historia Económica. Era doctor honoris causa por las universidades de Valladolid y el País Vasco.
Especialista de renombre internacional en la historia económica y social de España en los siglos XVI y XVII, entre sus monografías figuran títulos como El fisco en la economía de Castilla durante los siglos XVI y XVII (donde pone de manifiesto como ya por entonces se sangraba al contribuyente), Las finanzas de la Monarquía Hispánica en tiempos de Felipe IV, Simón Ruiz y sus negocios en Florencia, Las finanzas de Carlos V, etc. La relación de trabajos, importancia y contenido de los mismos escapa del propósito de este recordatorio y competencia para ello de quien suscribe. Sí creo de interés sintetizar parte del contenido de la referida conferencia durante la Semana de la Constitución. Explicó don Felipe los motivos del esplendor de los mercados castellanos en el siglo XVI, el de Rioseco en particular. Contó como los gastos de los Austrias españoles eran desmesurados, haciendo inevitable el endeudamiento (exactamente como en nuestros días).
Atender a esos gastos exigía al monarca, entre otras operaciones, obtener préstamos. A tal fin acudieron a los asentistas, generalmente extranjeros. Las libranzas que les daba el monarca las podían cobrar o negociar en las ferias castellanas, siendo la de Rioseco una de las más importantes, junto a las de 
De su faceta humana han dicho quienes le trataron de cerca y fueron compañeros de docencia: Don Felipe era una «persona profundamente culta, de una inteligencia muy penetrante, lector impenitent»e (Ángel García Sanz). Pedro Tedde de Lorca destaca «su austeridad, discreción, entereza, honradez, desdén hacía lo ilusorio o lo superfluo, actitud alerta hacía lo nuevo, escepticismo hacia la suerte futura de lo suyo en este mundo».
Cuentan los más próximos que su tono vital decayó notablemente tras el fallecimiento temprano de dos de sus hijos; uno de ellos –Felipe Ruiz Antón– catedrático de Derecho Penal en la Universidad Complutense de Madrid y asiduo veraneante en Rioseco (era yerno de Ángel María de Hoyos Merino). Como asiduo de los veranos en Palacios lo fue don Felipe, donde mantuvo siempre casa abierta.
Uno evoca con admiración y respeto la figura de este hombre, celebrando que su meritorio trabajo haya tenido en Rioseco el reconocimiento póstumo de su nombre en una calle, sin tener que esperar que de sus huesos solo quede el polvo (hay precedentes). Otros, siguen sin ella.
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