
El mismo reconoce en sus memorias, como los habitantes de los pueblos por los que pasaba al saber de su afición a la compra de antigüedades, le ofrecían todo tipo de piezas artísticas y que hubría necesitado tener una enorme fortuna para haber comprado todo lo que le ofrecieron. Basándose en la necesidad de los vendedores y su desconocimiento del valor de las piezas y sin investigar siquiera si éstos sus verdaderos propietarios, Marés logró hacerse con una exorbitante colección artística que donó a su muerte a la ciudad de Barcelona.
De todas las obras depositadas en este museo, es de nuestro interés un Cristo románico, del siglo XII, procedente de Medina de Rioseco, que puede verse en la fotografía. ¿Cómo llegó hasta tan lejos esta obra riosecana? Es obvio que por la incultura y la indecendia de los responsables del patrimonio riosecano de principios del siglo XX.
Este Crucificado de cuatro clavos no es el la única obra riosecana que posee el Marés. También podemos contemplar en sus salas un relieve policromado del siglo XVI de los cuatro Evangelistas, procedente de Medina de Rioseco.
¿Cuántas más obras riosecanas guarda este museo? Imposible saberlo, puesto que las fichas de catálogo guardan silencio sobre el origen, vendedor, etc, aunque es más que obvio que hay muchas más. Entre otras muchas existe una sospechosa colección de pequeños alabastros, un total de 15 relieves, realizados en Malinas por distintos artistas flamencos. En los carteles se los describe con la socorrida y conveniente fórmula de “Procedencia desconocida”, pero resulta muy obvio su origen, ya que tienen exactamente el mismo estilo, diseño, motivo, marcos dorados y medidas, exactamente los mismos, que los que hoy se exponen en nuestro museo de San Francisco.

Hace escaso tiempo un conocido riosecano, que me pidió guardar el anonimato, me relató con todo lujo de detalles, cómo fue testigo presencial de una execrable fechoría perpetrada por un antiguo párroco riosecano. Reproduzco al menos sus palabras exactas: “Mi sorpresa fue enorme cuando entré en Santa María y me encuentro a don Pedro, junto a otras dos personas que había contratado, subidos a la sillería de San Francisco y cortando con una sierra la base de los dos ángeles que estaban en los dos rincones. Entonces le dije: -Pero don Pedro, pero ¿qué está haciendo? Y me contestó: Bah, esto no hace falta aquí, sólo sirve para coger polvo y suciedad.”
El relato no necesita comentarios. Simplemente lo acompañaremos con una fotografía donde se ven entre los barrotes de la reja, dichos ángeles, robados a sus legítimos dueños, los riosecanos y hoy expuestos en algún negocio de compraventa de antigüedades o en el salón de algún coleccionista anónimo.
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