De monumental se puede calificar el cabreo que el pasado lunes tenía Vicente Gallego a primeras horas de la tarde cuando al ir abrir su bar Estrecho se percató de que le habían robado una de las mesas de la terraza. Casi nada. Entonces, Vicente ante la impotencia, quiso que por lo menos todo el mundo supiese del atropelló que no dudó en denunciarlo por escrito en la pizarra que tantas veces ha utilizado como tablón de anuncios. Por suerte, para Vicente, a media tarde, el robo se convertía en broma y el cabreo en una grata y habitual sonrisa que devolvió al propietario del bar Estrecho su excelente carácter.
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