

Tanto Alan Ladd, un duro policía buscando venganza por la injusticia que con él se ha cometido, y atormentado con la relación amorosa con su mujer tras años de prisión, como Edward G. Robinson, encarnando a un brutal asesino que no duda en eliminar a cualquiera que trate de interponerse en sus delictivos asuntos, están impecables y bordan sus papeles. Y con unos actores secundarios impresionantes, que dan la réplica a la perfección a los dos protagonistas, como Joanne Dru, Paul Stewart, Fay Wray, Rod Taylor o William Demarest.
La trama, en principio, es consistente y la dirección enérgica y digna, con algunas magníficas escenas llenas de garra. Pero hay que matizar un par de aspectos.
El primero de ellos es que el film se me antoja que ha sido despojado de parte de su íntegro metraje por parte de los montadores, lo que nos muestra una narración a veces dispersa y que funciona como si faltasen trozos del guion original.
El segundo de esos aspectos es la creación de la atmósfera: se echa de menos los ambientes inquietantes, turbios, densos y nocturnos que sí atesoraban las cintas negras clásicas.
Pero dejando a un lado estas dos consideraciones, estamos ante un trabajo serio y logrado, con personajes rotundos, dotados de psicología y que hará las delicias de todos los aficionados al género negro.
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