Si echamos un vistazo a la programación de cine en Valladolid, nos encontramos con que un espectador ideal -pero normal como persona- tendría muchas dificultades de tiempo -y de dinero- para poder ver todas las películas antes de que desaparezcan de las pantallas. Si hacemos un repaso no exhaustivo, están en salas en el momento en que escribo esta reseña: El puente de los espías de Steven Spielberg, Los odiosos ocho de Quentin Tarantino, Sufragistas de Sarah Gavron, Spotlight de Tom McCarthy, La gran apuesta de Tom Hooper, Respira de Christian Zöbert, Mia madre de Nanni Moretti, El gran día de Pascal Plisson, Papeles en el viento de Juan Taratuto… Que concurran en pantalla un puñado de buenas películas es una gran noticia para los amantes del cine. Intentar verlas todas, o una parte de ellas, se convierte en una odisea, y más si se quiere verlas en VOS. Películas, por tanto, con interés más que suficiente. Si he elegido las tres que vienen a continuación lo ha sido porque el dialogo con estas películas por parte de quien les escribe, ha sido especialmente intenso.

La dulzura y la belleza en la vida ¿Qué son la dulzura y la belleza? Dice el poeta Luis Alonso, en su bitácora Confesiones de un mirón (entrada “Pura alegría”) que en la película que comentamos -que también vale para la anterior-, “solo se cuentan las cosas buenas de la vida, para de ese modo evitar que el otro se preocupe innecesariamente o pase un mal rato”. Esta puede ser una muy buena respuesta a la pregunta sobre la dulzura o la belleza enunciada en la primera línea de este párrafo.

Dos de los viejos -encarnados por dos “monstruos” como Michael Caine y Hervey Keitel, con la osadía de, en buena parte, representarse a sí mismos- son un músico y un director de cine. El primero retirado de la música y escéptico sobre el significado de su carrera y su obra. El segundo apegado a su trabajo e intentando con unos jovenzuelos escribir el guion de su última película (y obra maestra póstuma). Dos espíritus, dos destinos, que se encuentran en la amistad y en la conversación. Durante la película suceden algunas cosas -pocas- pero lo principal es que el apático -Caine- regresará momentáneamente a su música y el activo -Keitel- será vapuleado por la traición de una veterana estrella eternamente joven: ¡maravillosa Jane Fonda!

La belleza, según Sorrentino, y nos lo ha contado y volverá probablemente a contrálanoslo en la próximo película, es de lo poco -o lo único para su fundamentalismo artístico- que justifica la vida. Y para eso su cine es por vocación e intención bello: la fotografía, la música, el ritmo pausado que atiende a los detalles, los cuerpos, las voces, el paisaje…
Salimos del cine -o salgo yo- no tan conmovido como con La gran belleza. Intentando adivinar por qué no me ha emocionado este baño de belleza y significado. No sabría decirlo, solo apuntarlo vagamente: el director ha salido de su mundo, que es Roma, Nápoles, ha prescindido de su actor fetiche -Toni Servillo-, y ha cambiado el italiano por un inglés internacional… Demasiados cambios para alguien tan napolitano, tan romano -todos somos romanos- tan nuestro.

Estamos en Auschwitz, durante la Segunda Guerra Mundial, y asistimos al “trabajo” de los miembros, con fecha de caducidad en su tarea, de un “sonderkommando”: introducir a los prisioneros -ellos también lo son- en la cámara de gas, sacarlos como cadáveres, incinerarlos, y echar sus cenizas a un río. Es una tarea más de lo que los jerarcas nazis denominaron, con su gusto por el eufemismo, la “solución final”. Seis millones de judíos, cientos de miles de gitanos, polacos…, fueron exterminados en cámaras de gas, o por ejecuciones, o por hambre, o por palizas…en estos campos. Españoles, refugiados políticos, -siete mil- también estuvieron en campos de concentración, que si no estaban dedicados al exterminio sistemático como este, también eran morideros donde la condición humana parecía como ausente para sus creadores: los nazis.

El director, para contarnos esta historia de Saúl y el cadáver de su hijo, de cómo intenta con riesgo de su vida proporcionar una inhumación digna a este hijo, ha huido de la espectacularidad, de la sentimentalidad, y hasta de nuestra comprensión… Pero le entendemos, aunque sea lejanamente, como un eco, pues en nuestra España aún luchamos, o luchan, muchas familias por inhumar dignamente a sus deudos.
La peripecia de este padre que quiere dar un enterramiento digno a su hijo, que no sea la de convertirse en humo anónimo por decisión de un régimen criminal, está filmada en lo que en lenguaje cinematográfico se denomina fuera de foco. Es un recurso estético que deviene ético a la vez, y que consigue que el fondo de la toma, lo que hay más allá del primer plano (como son el desembarco de los prisioneros en los muelles de la estación de descarga, la sala donde se desnudan y dejan sus pertenencias, la entrada en las cámaras de gas, los almacenes de despojos humanos…), esté fuera de foco, como desenfocado. Es como si nos rodeara una gran confusión, un entorno terrible que no fuera comprensible para la mente humana.
Hay violencia extrema, arbitrariedad demente, muerte como cotidianidad…, pero lo que no existe es el menor atisbo de sentido, entre los prisioneros, sobre lo que les está sucediendo a sus vidas condenadas injustamente a un infierno en la tierra. Porque sobrevivir no da sentido, aunque es una obligación moral. Y sobre eso Primo Levi nos enseñó mucho. Lo único que llega a tener algún sentido dentro de esa burocracia del absurdo criminal nazi es, para Saúl, dar un duelo digno a su hijo. Como para los supervivientes de este horror lo fue dar testimonio de lo ocurrido.
Una obra maestra, una experiencia cinematográfica singular... Seguramente todo esto.
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Alice Munro en su novela La vista desde Castle Rock, nos cuenta cómo unos enfebrecidos pastores escoceses del siglo XVIII dedicaban las noches, allá en sus cabañas, a componer poemas de amor como máxima aspiración y realización de su condición de personas que han adquirido la palabra leída y escrita hace muy pocas generaciones. Es una fiebre que conservan en Cerdeña algunos pastores, y es una fiebre que trasmite un profesor de literatura a sus alumnas en Barcelona.
La película retrata la capacidad de la poesía para enamorar a través de la palabra. Dando por hecho que el amor es una creación de la palabra poética y algo muy reciente en la historia.
Y sí, esta película es cine. Arte visual, según una definición clásica. Basta observar cómo buena parte de los diálogos los vemos velados a través de cristales, a veces mojados por la lluvia. Una película que no se sabía que podía serlo y que va creciendo desde las clases que un profesor de literatura imparte sobre la Divina Comedia y el amor en Dante. Desde un aula donde los alumnos y -sobre todo- las alumnas, van surgiendo, consolidándose y convirtiéndose en protagonistas a través de sus coloquios y soliloquios sobre el amor y sus vidas, sobre la poesía y el papel de las musas que les trasmite ese profesor. Vemos, sí, cómo se van convirtiendo en musas. Una cosa prodigiosa.
A pesar de los escasos medios técnicos, la puesta en escena es una delicia milimetrada. El director, en la presentación de la película en Valladolid, nos habló del uso de recursos minimalistas en la producción: una cámara, sin apenas colaboradores, con un rodaje largo en el tiempo… En la película, después de un descarte inicial, unos cuantos personajes -actores y actrices no profesionales- crecen hasta ocupar toda la pantalla y trasmitirnos emociones en estado puro. Grandes personajes, pero muy grandes, que hablan del amor y se enamoran a través de la palabra: Mireia Iniesta o Emmanuela Forgetta. La pasión y seducción que trasmiten es capaz, a la vez, de enamorar al espectador. Y que conste que estas “locas” del amor poético tienen su buena réplica en alguna otra mujer escéptica con este amor poético y con sus imprescindibles musas. Su concepto del amor es, si se puede decir así, más prosaico, más pegado al suelo y bastante más generoso.
Una película personalísima, que inaugura un nuevo género cinematográfico por bautizar y que quizá solo genere una película: esta. Guerín como creador de nuevos géneros. No está mal. Entiendo que esta película puede provocar opiniones muy encontradas. Pero vayan a verla. Disfrutarán. Palabra.
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