
La testarudez de este agricultor -magnífico Walter Brennan- será tal que intentará impedir que su hija mayor mantenga sus propios criterios sobre cómo guiar su existencia y destruir su amor con un ingeniero que querrá implantar los métodos modernos para el cultivo de esos campos y evitar una catástrofe natural.
Otro de los aspectos de esta buena y desconocida película es el tratamiento, en la América profunda, agraria y ganadera, del mundo de la infancia (perfecta la niña Natalie Wood) y de la adolescencia, que se mueve entre los deseos de la añorada libertad y la libre imaginación, unidos a las aspiraciones de adquirir una cultura académica, y la realidad de la represión de ese microcosmos patriarcal, retrógrado y represor.
En el film se aprecian ecos de John Ford y de Frank Capra en la composición de personajes y de sus relaciones, en el peso de la sangre y en la solidaridad familiar y, estilísticamente, en la esmerada fotografía casi expresionista.

El final, muy de Frank Capra, amortigua la temible ideología del personaje central y suaviza la tensión psicológica a la que han sido sometidos los personajes durante la hora y media de intenso metraje.
En conclusión: una película muy especial, con todos los ingredientes del cine clásico americano, donde se nos muestra que la vida en el campo no es siempre idílica ni alabable, a pesar de proponernos una especie de clima de tono entrañable y familiar. Y menos bajo el dominio de un tiránico progenitor.
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