
La mitad de los participantes ponían rumbo a la Séptima andando, la otra mitad lo hacía surcando las apacibles aguas del Canal a bordo de la embarcación eléctrica. Poco a poco la noche iba cayendo y el paisaje se volvía aún más sugerente.
A la llegada a la esclusa sétima y, tras la siempre compleja, maniobra del Antonio de Ulloa en este ascensor hidráulico venía la hora de reponer fuerzas. Un bocata y un refresco. Los unos para compensar el esfuerzo ya hecho, los otros para hacer bueno ese dicho de con pan y vino se anda el camino.
Los hasta ahora andarines volvían en el barco, los entonces navegantes cambiaban el chip y caminaban por los caminos de sirga, ahora completamente a oscuras, en una experiencia muy recomendable. Y es que la marcha de senderismo nocturna nunca deja indiferente a nadie.
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