Los Premios Goya, la rabia y el buen periodismo


Gonzalo F. Blanco.

Escribía en la anterior entrega sobre dos de las películas que han obtenido buena parte de los galardones en los Premios Goya: La librería de Isabel Coixet (mejor película, mejor dirección, mejor guion adaptado…) y El autor de Manuel Martín Cuenca (Mejor actor protagonista para Javier Gutiérrez, Mejor actriz de reparto para Adelfa Calvo). A estas buenas películas habría que añadir Handía de Jon Garaño y Aitor Arregi, (Mejor guion original) o Verano 1993 de Carla Simón (Mejor dirección novel y Mejor guion original), o el documental Muchos hijos, un mono y un castillo, de Gustavo Salmerón. Todas tendrán continuidad o una nueva vida en las salas de cine, demostrando la creatividad y la variedad de registros del cine español. Hay que ir a verlas.

Hay otras películas en pantalla y, como es habitual, dejo constancia a continuación de las que me parecen más interesantes: Sin amor de Andrey Zvyagintev, Zama de Lucrecia Martel, Una mujer fantástica de Sebastián Lelio, El hilo invisible de Paul Thomas Anderson, Llámame por mi nombre (Call me by your name) de Luca Guadagnimo. Todas ellas merecedoras de un comentario.

-Tres anuncios en las afueras de Martin MacDonagh, nos cuenta a bocajarro la historia de una madre a cuya hija han violado y asesinado. Meses después del atroz suceso la policía de Ebbing, Missouri, no tiene ninguna pista. Es más, la madre de la víctima sospecha que la policía no solo es inepta, sino que se ha desinteresado del asunto por el hecho de que es una mujer de clase media baja. La reacción de la madre, gastando sus ahorros, es contratar esas tres vallas publicitarias del título de la película, situadas a la salida de la ciudad, que claman contra el sheriff y la policía local.  A la madre encolerizada (Frances MacDormand, Fargo), no se le pueden pedir razones sobre su rabia, ni sobre otros actos desesperados que cometerá más adelante. Como ha comentado la actriz, su personaje no es ni el de una heroína ni el de una antiheroína, no cabe identificarse con ella, ni el director busca nuestra complicidad o nuestra simpatía. En todo caso nos coloca ante el hecho de que hayan podido asesinar a una de nuestras hijas y nos deja los interrogantes sobre nuestras reacciones.

El resto de personajes sigue la pauta general del guion sobre la innata ambigüedad de nuestro comportamiento, y así el presunto sheriff inepto es un personaje poliédrico y, en cierta medida, ejemplar, y uno de los policías (racista, violento e idiota), mutará durante el film hacia la empatía con las víctimas y hacia el sacrificio para resolver el caso. El director, guionista y dramaturgo, Martin MacDonagh, maneja un elenco de personajes fascinantes, antipáticos y llenos de aristas. Maneja, igualmente, cierto gusto por los giros de guion, por epatar, y por impedir a toda costa que haya personajes de una pieza, sean héroes o villanos, y que por tanto no nos podamos identificar con ellos o repudiarlos. Con ciertos efectismos y bastante desenfreno, nos muestra una sociedad brutal, donde el afecto o la solidaridad quedan reducidos a ámbitos mínimos.

Todavía tengo en la retina cómo un policía tira por la ventana a un publicista, o cómo es incendiada una comisaría con cócteles molotov… La rabia es inmensa. Y la sociedad o las instituciones para encauzar esa rabia hacia la justicia, parecen inexistentes.

Los archivos de Pentágono (The Post) de Steven Spielberg, es la nueva película de un maestro capaz de contarnos una buena historia con personajes que fundamentalmente hablan, y con una trama sobre unos documentos secretos en las que las motivaciones y los intereses de los personajes son complejos. Pero el maestro hace fácil lo difícil, y entrando por primera vez en un género muy de su país, como es el género sobre el periodismo, nos cuenta a su manera ponderada y con fe en los valores democráticos, la historia de unos periodistas y editores heroicos que, arriesgando sus sueldos, sus negocios y su libertad, deciden publicar unos documentos secretos que revelan lo que gobiernos cobardes no son capaces de reconocer: que la guerra de Vietnam está perdida y que siguen dejando que los soldados norteamericanos y los vietnamitas mueran sin sentido. Estamos en 1971.

La revelación de estos “archivos del Pentágono” y la sentencia del Tribunal Supremo a favor de la libertad de expresión coincide con el inicio del caso Watergate, y hay un homenaje explícito a Todos los hombre del presidente de Alan Pakula, pues el final de Los archivos del Pentágono es el “comienzo” del escándalo que acabó con la dimisión de Nixon. Supone también un arco simbólico entre aquella película y esta, entre el momento estelar del periodismo de investigación, libre ante los poderes, solo sometido a la verdad, y este otro momento histórico donde la posverdad, las redes sociales y la propaganda están cuestionando y minando el papel  de esos periodistas y editores. El instinto de Spielberg lo ha captado y ha salido a su rescate… o a cantar su elegía final.

La película regala la ocasión de presenciar a dos grandes actores en dos grandes actuaciones: Meryl Streep y Tom Hanks. Son ellos, sin duda, pero “hacen olvidar” que lo son, y acabamos creyendo que estamos ante la editora y el director de The Washington Post. Nos podrá gustar o no sus motivaciones, su visión del negocio, su valentía o el conservadurismo de sus personajes, pero como actores solo nos producen admiración.

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