Juan Jufré; conquistador y también industrial

Juan Jufré de Loaysa y Montesa nació en Medina de Rioseco en 1516. Combinó las dotes de gurrero, gobernante y también productor de bienes

Gonzalo Franco Revilla

Resulta interesante conocer la vida del general Juan Jufré de Loaysa y Montesa (Medina de Rioseco-Valladolid hacia 1516. Santiago de Chile-Chile. 1578). No sólo fue un conquistador español, con todo lo que ello implica en la historia de España y de América. Este hombre que, de simple soldado en tiempos de  Pedro de Valdivia, llegó a ser alcalde de Santiago y fundador de ciudades, fue también el primero que cimentó con su vocación industrial la prosperidad de su nueva patria.

La historia de América siempre fue escrita en torno a los Conquistadores, los Gobernadores y a los grandes capitanes de armas. Por eso el nombre de Juan Jufré no luce con el brillo magnífico de Almagro, de Valdivia o de Villagra. Sin embargo, él estuvo ligado al país chileno desde el comienzo, y  con alguna de sus actividades de pionero influyó decisivamente en el desarrollo posterior de la nación sudamericana.

Jufré nació alrededor de 1516 en Medina de Rioseco, Valladolid, en un hogar hidalgo pero no de fortuna. Se formó en la casa del Conde de Toledo, y a los 21 años se embarcó para América, llegando al Perú por 1539. A las órdenes de don Francisco de Aguirre se unió a la primera expedición de don Pedro de Valdivia en territorio chileno, juntándose con éste en el poblado de Atacama la Grande, que hoy se conoce como San Pedro de Atacama. Fiel compañero de ambos conquistadores, corrió su suerte acompañándolos en todas sus empresas y vicisitudes, llegando a emparentarse con Aguirre y con Villagra.

Sin embargo, lo notable de Juan Jufré fue su capacidad para combinar las dotes de guerrero y gobernante con la de productor de bienes, en una época en que la industria no era apreciada como una labor noble, sino relegada a un opaco lugar en la escala social, propio de estamentos bajos o de judíos.

Sus primeros años en Chile fueron parecidos a los de otros conquistadores. Estuvo en la fundación de Santiago, recibiendo allí un solar y más tarde unas tierras en Ñuñoa. Acompañó a don Pedro de Valdivia en su largo viaje al Perú, a luchar contra el sublevado Gonzalo Pizarro, participando en la victoria de Sacsahuamán junto a las tropas leales al Emperador.

Después volvió a recorrer la peligrosa tierra del otro lado del Maule, y regresó a Santiago con el título de Capitán y Justicia de la provincia de los Promaucaes. Años más tarde, muerto Valdivia a manos de Lautaro y despoblada Concepción, Jufré salió a socorrer a sus habitantes, marchando luego a combatir a los indios en Peteroa, sin vencer ni ser vencido. «Dos ojos que sacaron a dos soldados» fue el saldo desfavorable del encuentro. Elegido Gobernador su cuñado Francisco de Villagra, ayudó a éste con caballos y pertrechos, siendo comisionado por él para pasar la cordillera, auxiliar a los españoles que habían quedado aislados cerca de Mendoza, y seguir luego a Tucumán, donde fundó San Juan de la Frontera, en 1556 (actual San Juan, Argentina). En medio de esos ajetreos, también debió desempeñar los cargos de regidor, alcalde y alférez real, hasta 1565.

Para quienes no entiendan claramente la variedad de sacrificios que debían afrontar los que venían a este confín de la tierra, es bueno contar la odisea del casamiento de Juan Jufré. Siete años demoró en concertar su matrimonio con una mujer que no conocía, y que al fin llegó de Castilla cuando el novio ya contaba con 43 años bien batallados.

Sobre su felicidad no conocemos nada, la realidad marca que tuvieron al menos siete hijos que a su vez fueron a la guerra que perpetuaron el apellido Jufré o Jofré por todo el territorio de ultramar.

En 1552 nuestro buen soldado, ya ascendido a capitán y elegido regidor de Santiago, confirió poder a sus amigos y parientes Jerónimo de Alderete, Diego Jufré y Diego Nieto para que cualquiera de ellos (pues bien podían morirse o ser muertos antes de cumplir el encargo) se casara en nombre de él en España con alguna de las hijas de don Francisco de Aguirre, que se llamaban Constanza de Meneses, Isabel y Eufrasia. Alderete pudo concertar el matrimonio con la primera de ellas sólo tres años más tarde, ofreciéndole una dispensa de 16.000 castellanos de oro.

Doña Constanza debió solicitó autorización al rey para pasar a América, lo que consiguió en Valladolid en 1556. Llegó a Lima al año siguiente, donde debió permanecer otros dos años, debido a que su padre, el fundador de La Serena, había sido procesado por la Inquisición. Y sólo en 1559 tuvo lugar en Santiago la ceremonia de la boda, después de la cual la novia pudo ¡por fin! saludar tímidamente al hombre al que su familia y el azar le habían destinado…

Por las numerosas encomiendas y tierras que poseyó Juan Jufré fue una especie de señor feudal con jurisdicción política y judicial, y con poder de vida o muerte, entre Santiago y el Maule. A las tierras de Ñuñoa sumó las de Peteroa, Mataquito y Pocoa.

En Ñuñoa, plantó las primeras vides que hubo en la zona central del país, produciendo vinos, lo que haría de su persona el introductor de un cultivo que ha dado prestigio mundial a los vinos chilenos, que no sólo se consumieron en Chile sino también en el Perú, adonde eran transportados junto con el sebo y los artículos de cuero que entonces eran la base del intercambio, en barcos de los que también era propietario.

En 1553 levantó un molino de dos ruedas sobre la ribera norte del Mapocho: fue el primitivo molino San Cristóbal, cuyo nombre aún se conserva, después de cuatro siglos.

A orillas del Mataquito fundó una factoría textil de gran producción en el momento de su muerte. Juan Jufré no fue un hombre de tierra adentro, limitado por las cuatro paredes de los cerros. También miró hacía el océano, y para variar, a orillas del Maule construyó un astillero del que salieron al menos dos barquitos, tal vez los primeros construidos en Chile para el comercio.
Ya dijimos que en ellos fletó sus vinos al Perú, y también traficó a lo largo de la costa chilena. Pero no se calmó allí su inquietud: parece que también los envió a la conquista de nuevos y lejanos horizontes…

Aunque la Historia no está clara en este punto, lo cierto es que Jufré tuvo numerosos tratos con Pedro Sarmiento de Gamboa, el heroico explorador y desgraciado fundador de villas en el Estrecho de Magallanes. Se dice que acordaron que éste hiciera, por cuenta del primero, una expedición hasta Oceanía, a tierras que el navegante decía haber avistado.

No llegó Jufré a concretar sus proyectos con Sarmiento, pero los descubrimientos de otro piloto famoso, Juan Fernández, acabaron de entusiasmarlo: éste contaba a quien quisiera oírle, que había llegado en uno de los barcos de Jufré a las costas de Australia o Nueva Zelandia, donde desembarcó y trabó relación con los naturales, aunque nunca aportó pruebas palpables de su hazaña.

En todo caso, hay constancia documental de las autorizaciones pedidas por Jufré al Gobernador don Melchor Bravo de Saravia para «descubrir e conquistar islas en los mares del Sur…»

Así, sean o no ciertas las historias de Juan Fernández, no cabe duda de que el espíritu visionario y aventurero de nuestro  hombre  le hizo también ver antes que nadie las inmensas posibilidades del Pacífico.

Sin embargo, por una de esas paradojas tan frecuentes en la vida, Juan Jufré murió pobremente: En 1578, y a pesar de haber guerreado y gobernado, de haber labrado tierras y fundado industrias, de haber construido barcos y surcado el mar, no pudo cumplirse su testamento por falta de bienes que legar, que ni siquiera alcanzaron para devolver el valor de la dote de su viuda, doña Constanza de Meneses.

En el año 1992, conmemorando el quinto centenario del descubrimiento se inauguró en Medina de Rioseco  una escultura en homenaje a su ilustre hijo y a todos aquellos que participaron en tan “gran empresa”, se encuentra en un discreto y apartado emplazamiento en los jardines anteriores antes de llegar a la entrada del Parque de Osuna por el bar “Chalet”.

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