Una conversación pendiente con Chema Román

El autor de este artículo recuerda la pasión de Chema Román por Radio Rioseco

José Antonio Pizarro García

Muchos riosecanos de nuestra generación y barrio dedicamos buena parte del  ocio infantil y juvenil a jugar al futbol en el desaparecido Corro del Carmen y a escuchar música y programación deportiva en la radio. Tampoco había mucho más donde elegir. Ignoro si fue en esa temprana edad  cuando anidó en Chema la pasión por las ondas, desbordante después.

Andando el tiempo, una tarde de julio, moviendo el dial de la frecuencia modulada, me encontré con la sorpresa de escuchar su inconfundible  voz en una emisora que se decía Radio Rioseco. Lo supuse solaz y quijotada veraniega de poco momento, quizá consecuencia de desvarío mental por la canícula…  Medio en broma, le sugerí a Chema (con quien hasta entonces solo mantenía relación de buena vecindad) la idea del posible contenido para un programa. Me dijo muy en serio y cortésmente –para mi desconcierto-: “hazlo tú”. Creí que me tomaba el pelo. Tal posibilidad no se me había pasado por la cabeza y descreía que las emisiones fuesen a tener continuidad. Rechacé la propuesta.

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Chema Román con su sobrino en un acto de su cofradía, la del Cristo de la Pasión.

Insistió, añadiendo que cuando volviese Jotero (Javier Cuevas, director de la emisora) del encuentro internacional de la juventud en Cabueñes hablaría con él del asunto. Regresó Javier, a quien yo no conocía. Hablamos. Dijo que aquello iba en serio, con vocación de mejora y permanencia, pendiente de más colaboración popular. Las emisiones seguían. Pocos días después, estaba inmerso en esa magnífica e inolvidable aventura de nuestra radio. Ahí se forjó mi amistad, entre otros muchos, con Chema. Incluido el padre espiritual/sentimental de todos, el  añorado Félix Antonio González. Esa deuda tendré siempre con él.

Junto a Javier Cuevas y Luis Ángel Rubio fueron los pilares del proyecto. Sin ellos, no hubiese salido adelante. Contra pronóstico, no fue un desvarío fruto del calor, pasatiempo de cuatro madrugadas veraniegas reunidos en la casilla, junto al Puente Mayor, para fumar unos cigarros y hacer risas; que también. Aquello cuajó. Algún día debería contarse esa historia. Chema hubiese sido persona idónea para hacerlo.

Tenía una voz excelente, sensibilidad literaria, musical, y el atrevimiento bastante para emular aquí a un gran innovador de la comunicación radiofónica en los años ochenta, Jesús Quintero, El loco de la colina. Con esa inspiración, sus propios  libros y discos bajo el brazo (la emisora contaba con poco más que un par de micros), convirtió la sede en su segunda casa. Allí – y con el entorno de camaradería generado- pasó, probablemente, los mejores momentos de su vida.

La tarde del último Jueves Santo, camino de la iglesia de Santiago con mi hija para unirnos a los hermanos de La Dolorosa, lo encontré a la puerta del bar España con el equipo de televisión  que iba a retransmitir la procesión del Mandato. Le desee suerte. Días después, vi por internet parte del programa. Hablé con él para felicitarle. [se reproduce esa retransmisión de Jueves Santo a la que alude el autor del artículo]

Charlamos por última vez el pasado verano. En ello estábamos hasta que un conocido se acercó a saludarnos, interrumpiendo la conversación definitivamente. En la despedida, quedamos en reanudarla pronto. Se nos han ido los días sin hacerlo. Siempre evocando a Quintero, tal vez hubiésemos recordado una cita suya: Perdemos la juventud el día que el mundo deja definitivamente de ser mágico Quizá con su  adiós a la radio sufrió esa perdida. Sí, ya sé que suena a literatura. Pero en ningún sitio está escrito que la literatura no forme parte de la vida.

De ello y de otras muchas cosas hablaremos en esa conversación pendiente, Chema. Entre tanto, que la tierra te sea leve.

Un abrazo.

[youtube]https://www.youtube.com/watch?v=CI3M7sjDovI[/youtube]

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