Las sepulturas ocultas de Santa María


Teresa Casquete Rodríguez. Historiadora del Arte. Fotografías: José María Fernández Vega

A comienzos de este año la iglesia de Santa María ofreció una imagen insólita. Durante algunos días, los trabajos de arreglo de la tarima permitieron sacar a la luz las lápidas sepulcrales que permanecían ocultas bajo la misma y que se encontraban en perfecto estado de conservación, por haber permanecido cubiertas por el tablado durante más de un siglo.

Desde su fundación la iglesia de Santa María de Mediavilla acogió bajo sus naves decenas de enterramientos. Fueron las últimas moradas de las familias pudientes de Rioseco, que habían dejado en sus testamentos a la parroquia como beneficiaria de buena parte de sus bienes. Pero a finales del siglo XVIII estos sepulcros ya presentaban una erosión considerable, con el consiguiente peligro para los fieles que acudían a los actos litúrgicos. Entonces se decidió renovar todo el solado, conservando intactas las sepulturas en mejor estado y recortando, reubicando o sustituyendo el resto de las losas.

La distribución de las inhumaciones, dentro de las tres naves, no era aleatoria. La nave central era el lugar preferencial para las mismas y las familias más linajudas tenían el privilegio de escoger para su descanso eterno las plazas más cercanas al altar mayor. En este grupo de favorecidos también se encontraban los mayordomos de parroquia, es decir, los laicos que junto al párroco se encargaban de gestionar las rentas y los fondos propiedad de la iglesia y que normalmente eran hombres de destacada posición social y holgada situación económica.

La retirada del suelo de madera, llevada a cabo este año, permitió conocer las identidades de algunos de esos riosecanos enterrados en lugar tan preferencial. Allí estaban inscritos nombres de mayordomos como Manuel Yllán y Catalina Hernández, Manuel García Ciano y su mujer Isabel González, Pablo Gutiérrez y Antonia Sedano, y Fernando de Ávila y su esposa Ángela de Collazos. Junto a ellos las lápidas de otros matrimonios, mercaderes acomodados en su mayoría: Antonio Velasco y Magdalena Álvarez, Bartolomé de Paz y Magdalena Calle, Juan Alonso de Prado y Beatriz de Chaves, entre otros.

Una de las sepulturas más tardías estaba fechada en 1805 y pertenecía al licenciado Joaquín Palencia Maroto, abogado de la Real Chancillería de Valladolid y Alcalde Ordinario de Medina de Rioseco. Aparece enterrado junto a su esposa, Teresa Prieto y Quadros. Joaquín Palencia era originario de la localidad vecina de Villanueva de San Mancio y tuvo un hijo del mismo nombre que durante la Guerra de la Independencia fue Subdelegado de Rentas en Medina de Rioseco, afrancesado y amigo del conde de Cabarrús. 

La mayoría de las lápidas más modernas presentan decoración con temas funerarios, calaveras con dos tibias cruzadas o el lema alusivo al descanso eterno “Requiescat In Pace”. Alguna incluso luce aún el escudo heráldico de sus propietarios, con dos lobos pasantes en el campo y el remate de un yelmo. Pero las más curiosas quizá sean las que presentan las marcas de canteros, desde las más simples como una estrella, a las más complejas: compases, reglas, escuadras, barras de uña, plomadas o martillos.

Sería deseable que en un futuro cercano pudiera realizarse un estudio completo de todos los enterramientos conservados en el templo, por ser parte importantísima de la historia del mismo y de la propia ciudad. Pero también que pudieran preservarse del desgaste y la erosión sus inscripciones. O bien conservando in situ las lápidas con algún tipo de protección o bien, trasladándolas a algún lugar dentro de la misma iglesia, donde permanecieran expuestas al público y preservadas así para la posteridad.   

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