El primer presidente fue el erudito riosecano Ignacio Núñez de Gaona Portocarrero, miembro de la conocida familia hidalga de los Núñez, caballero de la Orden de Carlos III y perteneciente a numerosas academias españolas y francesas.
Junto a Ignacio Núñez figuran entre otros, el abuelo de Ventura García Escobar, Ventura García de Fonseca, que era el tesorero; los alcaldes (el antiguo y el menos antiguo); varios curas de las tres parroquias; el teniente de caballería Gaspar de Galarza (nacido en Villabrágima); Vicente Pizarro, señor de Pobladura del Monte; José Betegón, capitán de artillería; Manuel y Alejandro Galbán (a quiénes dedicamos dos artículos hace poco, en relación a su ejecutoria de hidalguía) y Matías Ibáñez, el médico titular de Rioseco. También varios hombres de negocios, mercaderes y agricultores acomodados, como los Viguera, Viniegra, de Toro, Pizarro o Vázquez de Prada; el obispo de León Cayetano Cuadrillero, originario de Palazuelo; el marqués de Campo Villar; los industriales Ángel Álvarez y Jerónimo Hijosa y varios nobles que ocupaban cargos en el gobierno de Carlos III. Todos ellos relacionados de una manera u otra con Medina de Rioseco y sus pueblos vecinos.
Según el famoso diccionario Madoz, sus sesiones tenían lugar en unas salas del convento de San Francisco, donde se realizaban todos los sábados por la mañana. Y en sus constituciones figuraba como su objetivo máximo “fomentar la agricultura, industria, comercio y artes, por aquellos medios que se juzguen más proporcionados y sean más conformes a las circunstancias de este país”. Para esto mismo se establecieron una serie de premios, que reconocieran la apuesta por la innovación y el esfuerzo en conseguir la prosperidad de la economía del territorio riosecano.
Entre sus metas también se encontraba la mejora de la enseñanza, lo que llevó a que en 1814 la Sociedad pidiera poner bajo su cargo la protección de las escuelas locales para “procurar y facilitar el buen gobierno y método, a beneficio de la perfecta enseñanza de la juventud”. Asimismo se preocupó del fomento del conocimiento de la “arquitectura rústica, para la construcción de puentes, caminos, posadas, mesones, calzadas y empedrados de calles”. El fin venía justificado por un intento de mejorar no sólo la vida de los habitantes, sino también de los forasteros y especialmente de los mercaderes que viajarían a Medina de Rioseco para participar en sus ferias, que la Sociedad también pretendía recuperar.
Una pena que esta asociación riosecana, con tan interesantes y loables fines, acabara desapareciendo, más aún cuando otras españolas aún siguen con vida, como la Bascongada, la Matritense, la Extremeña, la de Barcelona, Málaga o Tenerife. De la riosecana tan sólo queda como testimonio la documentación aportada por fundación y sesiones, cuyo contenido nos proporcionará numerosos datos para nuestro próximo reportaje y que bien podría servir también para una futura refundación.