La encina, árbol sagrado y resistente


Retoma la sección de cuadernos del naturalista nuestro experto colaborador en botánica, Gonzalo Franco Revilla, con el estudio y análisis de uno de los árboles más populares y representativos de la flora de la Península Ibérica.

Nombre y características botánicas: La Encina (Quercus ilex), es un árbol, de la familia de las Fagáceas. También se conoce popularmente con otros nombres como carrasca, chaparro o chaparra. De hoja perenne, nativo de la región mediterránea, de talla mediana aunque también puede aparecer en forma arbustiva. Hojas coriáceas y de color verde oscuro por el haz y más claras por el envés. Éstas evitan la excesiva transpiración del árbol y su adaptación a climas secos. La floración se produce entre los meses de marzo y mayo. Se cultivan las encinas por sus frutos las conocidas bellotas y también por su madera.

Hábitat y Ecología: Está presente en todo tipo de suelos por debajo de los mil novecientos metros de latitud. Soporta perfectamente el calor veraniego y el frío invernal. Se encuentra en valles, planicies, laderas montañosas y cañones fluviales. Su carácter frugal, resistente y longevo y su adaptación a las condiciones difíciles del duro clima y suelo de las latitudes mediterráneas hacen de él ejemplo representativo de la flora de la Península Ibérica y de la proyección en la vida silvestre y en los ecosistemas, siendo clave en la configuración de las dehesas, ese bosque claro de encinas o alcornoques. Desde antiguo, la Encina sirvió de alimento al hombre y a su ganado, llegándose a una verdadera simbiosis de aprovechamiento mutuo.

Usos y Etnografía: El principal es el ganadero en las dehesas (los cerdos alimentados con bellotas dan los mejores jamones de España). Esta especie ha tenido infinidad de aplicaciones desde la antigüedad hasta nuestros días. Su madera es muy dura e imputrescible, aunque difícil de trabajar, por lo que se emplea para fabricar piezas que tengan que soportar gran rozamiento, como en carros, arados, parqué, herramientas, etc., así como también en pequeñas obras hidráulicas y en la construcción de pilares o vigas.

Además resulta una excelente leña para quemar y para hacer carbón vegetal. Leña y carbón de Encina constituían hasta el primer tercio del siglo XX los principales combustibles domésticos en amplias zonas de España. La corteza cuenta con gran cantidad de taninos, por lo que es muy apreciada en las tenerías para curtir el cuero (especialmente utilizada en Marruecos), y junto con las hojas y bellotas machacadas se prepara un cocimiento que resulta ser astringente y útil para desinfectar heridas. Las bellotas más dulces, además de alimentar al ganado, resultan comestibles para los humanos por lo que se comen a menudo tostadas como otros frutos secos, o en forma de harina para hacer un pan algo basto.

En el pasado, en muchos pueblos, se recogían las cenizas de la cocina y del horno, procedentes de leñas de encinas y de robles, en cestos de mimbre. Se guardaban y posteriormente se empleaban como lejía para blanquear la ropa. Se calentaba el agua con aliagas y cambrones y se vertía sobre las cenizas colocadas sobre un paño encima de la ropa a blanquear. En las dehesas, tradicionalmente, se recogen numerosas plantas comestibles que han surgido entre la hierba y los encinares, tales como espárragos trigueros, hinojos, cardillos, hasta los hongos comestibles, como las turmas, el gurumelo, el tentullo u hongo negro, la tana u oronja, los champiñones, los cucurriles o galampernas, los amarillos faisanes, los pies azules y sobre todo el llamado diamante  del bosque, es decir la turba negra, que se busca con perros especializados en otoño e invierno.

También en los encinares se producen abundantemente la negra miel de encina elaborada por las abejas en gran parte con las secreciones de las encinas. En la actualidad los encinares se encuentran amenazados en su supervivencia por diversos motivos relacionados con el cambio del uso agrícola de muchos campos y porque  la encina crece sumamente despacio.

Cuando se siembran bellotas, germinan fácilmente a los pocos meses, pero la joven Encina tardará, normalmente, varios años, incluso décadas, en alcanzar 1 metro de altura. En exposiciones sombrías el crecimiento es más rápido, pudiendo llegar hasta los 10 cm anuales. Se suele preferir la siembra de bellotas directamente en el terreno al trasplante, ya que no es una especie que responda bien a los cambios de sustrato. Los trasplantes tienen un porcentaje de bajas o marras bastante alto, mientras que las bellotas que germinan con éxito dan lugar a encinas prácticamente indestructibles.

Al hacer el cálculo de bellotas a sembrar, hay que tener en cuenta que numerosas especies animales se alimentan de ellas y pueden reducir considerablemente nuestras cifras. Si optamos por la siembra, las bellotas se deben plantar en la misma estación que son cosechadas, ya que al almacenarlas durante largo tiempo, la viabilidad se reduce. Otra vía es la regeneración natural. El arrendajo es un córvido que dispersa bellotas a distancias de hasta 2 km. Muchas de esas bellotas son posteriormente consumidas, pero una buena cantidad puede llegar a germinar y crecer. Para favorecer la acción de los arrendajos es importante la existencia de pinares u otros bosques para su nidificación, así como la existencia de hitos visuales (árboles, rocas…) que el ave utilizará como guía para esconder las bellotas. Obviamente, para esto también debe haber encinas adultas cercanas actuando como fuente de bellotas.

La Encina ha sido considerado árbol sagrado, como símbolo de fuerza, solidez y longevidad, en diferentes ámbitos religiosos de la antigüedad, consagrada al dios Zeus en Dodona, a Júpiter Capitolino en Roma o a Perun, de la mitología eslava. Según diversas tradiciones, la clava de Hércules era de madera de encina, lo mismo que la cruz donde se crucificó a Jesucristo. Abraham recibe las revelaciones de Yavé cerca de una Encina. En nuestra comunidad autónoma varios son los pueblos que llevan en su patronímico el nombre del árbol como Encinas de Esgueva (Valladolid), Encinas de Abajo (Salamanca) o Encinas (Segovia).

Y para terminar unos versos del gran poeta Antonio Machado que canta a este símbolo castellano de resistencia y frugalidad: “El campo mismo se hizo árbol en ti parda Encina”.

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